viernes, 29 de enero de 2010

Salinger

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Este Jueves 28 de Enero de 2010 murió uno de los grandes autores estadounidenses, el novelista y cuentista JD SALINGER. Compartimos aquí un fragmento del cuento "Un día perfecto para el pez plátano"



...La señora Carpenter untaba la espalda de Sybil con bronceador, repartiéndolo sobre sus omóplatos, delicados como alas. Sybil estaba precariamente sentada sobre una enorme y tensa pelota de playa, mirando el océano. Llevaba un traje de baño de color amarillo canario, de dos piezas, una de las cuales en realidad no necesitaría hasta dentro de nueve o diez años.

-No era más que un simple pañuelo de seda... una podía darse cuenta cuando se acercaba a mirarlo-dijo la mujer sentada en la hamaca contigua a la de la señora Carpenter-. Ojalá supiera cómo lo anudó. Era una preciosidad.

-Por lo que dice, debía de ser precioso-asintió la señora Carpenter.

-Estáte quieta, Sybil, cariño...

-¿Viste más vidrio?-dijo Sybil.

La señora Carpenter suspiró.

-Muy bien-dijo. Tapó el frasco de bronceador-. Ahora vete a jugar, cariño. Mamá va a ir al hotel a tomar un martini con la señora Hubbel. Te traeré la aceituna.

Cuando estuvo libre, Sybil echó a correr inmediatamente por el borde firme de la playa hacia el Pabellón de los Pescadores. Se detuvo únicamente para hundir un pie en un castillo de arena inundado y derruido, y en seguida dejó atrás la zona reservada a los clientes del hotel.

Caminó cerca de medio kilómetro y de pronto echó a correr oblicuamente, alejándose del agua hacia la arena blanda. Se detuvo al llegar junto a un hombre joven que estaba echado de espaldas.

-¿Vas a ir al agua, ver más vidrio?-dijo.

El joven se sobresaltó, llevándose instintivamente la mano derecha a las solapas del albornoz. Se volvió boca abajo, dejando caer una toalla enrollada como una salchicha que tenía sobre los ojos, y miró de reojo a Sybil.

-¡Ah!, hola, Sybil.-¿Vas a ir al agua?-Te esperaba-dijo el joven-. ¿Qué hay de nuevo?

-¿Qué?-dijo Sybil

.-¿Qué hay de nuevo? ¿Qué programa tenemos?

-Mi papá llega mañana en un avión-dijo Sybil, tirándole arena con el pie.

-No me tires arena a la cara, niña-dijo el joven, cogiendo con una mano el tobillo de Sybil-. Bueno, ya era hora de que tu papi llegara. Lo he estado esperando horas. Horas.

-¿Dónde está la señora?-dijo Sybil.

-¿La señora?-el joven hizo un movimiento, sacudiéndose la arena del pelo ralo-. Es difícil saberlo, Sybil. Puede estar en miles de lugares. En la peluquería. Tiñiéndose el pelo de color visón. O en su habitación, haciendo muñecos para los niños pobres.Se puso boca abajo, cerró los dos puños, apoyó uno encima del otro y acomodó el mentón sobre el de arriba.

-Pregúntame algo más, Sybil-dijo-. Llevas un bañador muy bonito. Si hay algo que me gusta, es un bañador azul.Sybil lo miró asombrada y después contempló su prominente barriga.

-Es amarillo-dijo-.

Es amarillo.-¿En serio? Acércate un poco más.Sybil dio un paso adelante.

-Tienes toda la razón del mundo. Qué tonto soy.

-¿Vas a ir al agua?-dijo Sybil.

-Lo estoy considerando seriamente, Sybil. Lo estoy pensando muy en serio.Sybil hundió los dedos en el flotador de goma que el joven usaba a veces como almohadón.

-Necesita aire-dijo.

-Es verdad. Necesita más aire del que estoy dispuesto a admitir-retiró los puños y dejó que el mentón descansara en la arena-. Sybil-dijo-, estás muy guapa. Da gusto verte. Cuéntame algo de ti-estiró los brazos hacia delante y tomó en sus manos los dos tobillos de Sybil-. Yo soy capricornio. ¿Cuál es tu signo?

-Sharon Lipschutz dijo que la dejaste sentarse a tu lado en el taburete del piano-dijo Sybil.

-¿Sharon Lipschutz dijo eso?Sybil asintió enérgicamente. Le soltó los tobillos, encogió los brazos y apoyó la mejilla en el antebrazo derecho.-Bueno -dijo-. Tú sabes cómo son estas cosas, Sybil. Yo estaba sentado ahí, tocando. Y tú te habías perdido de vista totalmente y vino Sharon Lipschutz y se sentó a mi lado. No podía echarla de un empujón, ¿no es cierto?

-Sí que podías.-Ah, no. No era posible. Pero ¿sabes lo que hice?-¿Qué?-Me imaginé que eras tú.Sybil se agachó y empezó a cavar en la arena.

-Vayamos al agua-dijo.

-Bueno-replicó el joven-. Creo que puedo hacerlo.

-La próxima vez, échala de un empujón -dijo Sybil.

-¿Que eche a quién?-A Sharon Lipschutz.

-Ah, Sharon Lipschutz -dijo él-. ¡Siempre ese nombre! Mezcla de recuerdos y deseos.-De repente se puso de pie y miró el mar

-. Sybil-dijo-, ya sé lo que podemos hacer. Intentaremos pescar un pez plátano.

-¿Un qué?

-Un pez plátano-dijo, y desanudó el cinturón de su albornoz.Se lo quitó. Tenía los hombros blancos y estrechos. El traje de baño era azul eléctrico. Plegó el albornoz, primero a lo largo y después en tres dobleces. Desenrolló la toalla que se había puesto sobre los ojos, la tendió sobre la arena y puso encima el albornoz plegado. Se agachó, recogió el flotador y se lo puso bajo el brazo derecho. Luego, con la mano izquierda, tomó la de Sybil.Los dos echaron a andar hacia el mar.

-Me imagino que ya habrás visto unos cuantos peces plátano-dijo el joven.Sybil negó con la cabeza.-¿En serio que no? Pero, ¿dónde vives, entonces?

-No sé-dijo Sybil.

-Claro que lo sabes. Tienes que saberlo. Sharon Lipschutz sabe dónde vive, y sólo tiene tres años y medio.Sybil se detuvo y de un tirón soltó su mano de la de él. Recogió una concha y la observó con estudiado interés. Luego la tiró.

-Whirly Wood, Connecticut-dijo, y echó nuevamente a andar, sacando la barriga.-Whirly Wood, Connecticut-dijo el joven-. ¿Eso, por casualidad, no está cerca de Whirly Wood, Connecticut?Sybil lo miró:

-Ahí es donde vivo-dijo con impaciencia-. Vivo en Whirly Wood, Connecticut.Se adelantó unos pasos, se cogió el pie izquierdo con la mano izquierda y dio dos o tres saltos.

-No puedes imaginarte cómo lo aclara todo eso -dijo él.Sybil soltó el pie:

-¿Has leído El negrito Sambo?-dijo.

-Es gracioso que me preguntes eso-dijo él-. Da la casualidad que acabé de leerlo anoche.-Se inclinó y volvió a tomar la mano de Sybil-. ¿Qué te pareció?-¿Te acuerdas de los tigres que corrían todos alrededor de ese árbol?-Creí que nunca iban a parar. Jamás vi tantos tigres.

-No eran más que seis-dijo Sybil.

-¡Nada más que seis! -dijo el joven-. ¿Y dices «nada más»?

-¿Te gusta la cera?-preguntó Sybil.

-¿Si me gusta qué?-La cera.-Mucho. ¿A ti no?Sybil asintió con la cabeza:

-¿Te gustan las aceitunas?-preguntó.-¿Las aceitunas?... Sí. Las aceitunas y la cera. Nunca voy a ningún lado sin ellas.

-¿Te gusta Sharon Lipschutz?-preguntó Sybil.

-Sí. Sí me gusta. Lo que más me gusta de ella es que nunca hace cosas feas a los perritos en la sala del hotel. Por ejemplo, a ese bulldog enano de la señora canadiense. Te resultará difícil creerlo, pero hay algunas niñas que se divierten mucho pinchándolo con los palitos de los globos. Pero Sharon, jamás. Nunca es mala ni grosera. Por eso la quiero tanto.Sybil no dijo nada.

-Me gusta masticar velas-dijo ella por último.

-Ah, ¿y a quién no?-dijo el joven mojándose los pies-. ¡Diablos, qué fría está!-Dejó caer el flotador en el agua-. No, espera un segundo, Sybil. Espera a que estemos un poquito más adentro.

Avanzaron hasta que el agua llegó a la cintura de Sybil. Entonces el joven la levantó y la puso boca abajo en el flotador.

-¿Nunca usas gorro de baño ni nada de eso?-preguntó él.

-No me sueltes-dijo Sybil-. Sujétame, ¿quieres?

-Señorita Carpenter, por favor. Yo sé lo que estoy haciendo-dijo el joven-. Ocúpate sólo de ver si aparece un pez plátano. Hoy es un día perfecto para los peces plátano.

-No veo ninguno-dijo Sybil.

-Es muy posible. Sus costumbres son muy curiosas. Muy curiosas.Siguió empuiando el flotador. El agua le llegaba al pecho.-Llevan una vida triste-dijo-. ¿Sabes lo que hacen, Sybil?Ella negó con la cabeza.-Bueno, te lo explicaré. Entran en un pozo que está lleno de plátanos. Cuando entran, parecen peces como todos los demás. Pero, una vez dentro, se portan como cerdos, ¿sabes? He oído hablar de peces plátano que han entrado nadando en pozos de plátanos y llegaron a comer setenta y ocho plátanos-empujó al flotador y a su pasajera treinta centímetros más hacia el horizonte-. Claro, después de eso engordan tanto que ya no pueden salir. No pasan por la puerta.

-No vayamos tan lejos-dijo Sybil-. ¿Y qué pasa despues con ellos?

-¿Qué pasa con quiénes?

-Con los peces plátano.

-Bueno, ¿te refieres a después de comer tantos plátanos que no pueden salir del pozo?

-Sí-dijo Sybil.

-Mira, lamento decírtelo, Sybil. Se mueren.

-¿Por qué?-preguntó Sybil.

-Contraen fiebre platanífera. Una enfermedad terrible.

-Ahí viene una ola-dijo Sybil nerviosa.

-No le haremos caso. La mataremos con la indiferencia-dijo el joven-, como dos engreídos.Tomó los tobillos de Sybil con ambas manos y empujó hacia delante. El flotador levantó la proa por encima de la ola. El agua empapó los cabellos rubios de Sybil, pero sus gritos eran de puro placer.Cuando el flotador estuvo nuevamente inmóvil, se apartó de los ojos un mechón de pelo pegado, húmedo, y comentó:

-Acabo de ver uno.

-¿Un qué, amor mío?

-Un pez plátano.

-¡No, por Dios!-dijo el joven-. ¿Tenía algún plátano en la boca?

-Sí-dijo Sybil-. Seis.

De pronto, el joven tomó uno de los mojados pies de Sybil que colgaban por el borde del flotador y le besó la planta...

( continuará)
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2 comentarios:

Anónimo dijo...

HERMOSO, PERO UN FINAL ...AMBIGUO.
ERA UN EXCELENTE ESCRITOR.

El grupo Cuentos y Encuentros dijo...

El cuento no finaliza ahí, continúa con otro final para nada ambiguo, podés encontrarlo en interne